Volviendo a Virginia


Nature, nature. I am your bride. Save me.

(en recuerdo a la entrada de olvido)

Clarice Lispector, gatos y cerezas



Quería hablar de cerezas, de morangos y de Lispector. Pero empezaré hablando de gatos. Hoy un gato ha caído en mi patio. Me he topado con él, de pronto. Aquí, en tu casa, aparece un animal, grande (era muy grande, he podido comprobarlo cuando los dueños han intentado inútilmente meterlo en una de esas cajas de viaje), probablemente herido, y asustado. Yo también he sentido miedo, y algo más, algo que vacilaba entre la repulsión y la piedad. Nos hemos mirado en silencio. Nunca he sabido interpretar los gestos de los animales. Apenas los conozco. En mi casa no los había. Pero el suyo ha sido inequívoco. Ha empezado a recular, buscando un lugar inexistente que pudiera protegerlo, protegerse de mí. Entonces todo ha desaparecido, excepto la piedad y una especie de revelación: yo puedo dar miedo. Yo puedo darle miedo a un animal grande, asustado y herido. Un amigo me ha llamado la atención acerca de la pertinencia de estos adjetivos. Y también hemos hablado de Lispector, sobre la atención que se exige y exige, sobre la imposibilidad de leerla con prisas, sobre cómo reverberan siempre sus frases hacia aquello que de verdad importa. Y entonces he comprendido por qué hoy, que quería hablar de Lispector, he tenido ese encuentro. Para señalarme lo que ella sabía. Para que no olvidara decirlo. Lo que de verdad importa. Para que no olvidara que también yo, ella, el otro, somos animales grandes, asustados y heridos. Y que, aun así, podemos dar miedo.




Excepto Macabea. El gato ha sido por un instante Macabea. Absolutamente desprovisto, indefenso. Pero si Macabea muere, aplastada por un manotazo indiferente, el gato de esta historia sobrevive.
Y eso también lo sabía Clarice, por eso escribió al final del libro:
Não esquecer que por enquanto é tempo de morangos.
Sim.
Y, aunque sé que morangos significa en español fresas, yo lo traduzco así:
No olvidar que, pese a todo, estamos en el tiempo de las cerezas.
Sí.
Porque también hoy he comido las primeras cerezas. Y el aire está lleno de promesas que no se cumplirán, pero quiero creer en ellas. Y porque Clarice me ha traído hasta aquí. Clarice, como la vida, te conduce por caminos oblicuos. Y nunca encuentras lo que estás buscando, pero sí otra cosa. Ella ha tejido una sutil trama que me ha llevado hasta este espacio, en una pausa extraña de mi vida. Y me ha dado unos inesperados y valiosos compañeros de viaje, lectores también de Clarice: Shangri-la, Giovanni, Olvido, Nuria Ruiz de Viñaspre … o no. A todos os dejo aquí consignados, con cariño y agradecimiento. Pero esa pausa ya termina. Mis visitas continuarán, aunque habrán de ser mucho menos frecuentes. Por eso, quiero decir con Clarice,
no olvidar que, pese a todo, estamos en el tiempo de las cerezas. Sí.



Le temps des cerises, compuesta en 1866 por Antoine Renard y Jean Baptiste Clément, se convirtió en 187 1 en himno de la comuna de París.
La traducción no es mía, la he encontrado en un página de la red (por cierto, hoy se celebra el día mundial de Internet).

Quand nous chanterons le temps des cerises
Et gai rossignol et merle moqueur
Seront tous en fête
Les belles auront la folie en tête
Et les amoureux du soleil au cœur
Quand nous chanterons le temps des cerises
Sifflera bien mieux le merle moqueur
Mais il est bien court le temps des cerises
Où l'on s'en va deux cueillir en rêvant
Des pendants d'oreilles
Cerises d'amour aux robes pareilles
Tombant sous la feuille en gouttes de sang
Mais il est bien court le temps des cerises
Pendants de corail qu'on cueille en rêvant
Quand vous en serez au temps des cerises
Si vous avez peur des chagrins d'amour
Evitez les belles
Moi qui ne crains pas les peines cruelles
Je ne vivrai pas sans souffrir un jour
Quand vous en serez au temps des cerises
Vous aurez aussi des peines d'amour
J'aimerai toujours le temps des cerises
C'est de ce temps-là que je garde au cœur
Une plaie ouverte
Et Dame Fortune, en m'étant offerte
Ne saura jamais calmer ma douleur
J'aimerai toujours le temps des cerises
Et le souvenir que je garde au cœur.



Cuando estemos en el tiempo de las cerezas
el alegre ruiseñor y el mirlo burlón estarán de fiesta.
Mujeres hermosas tendrán la locura en la cabeza
y los enamorados, sol en el corazón.
Cuando cantemos en el tiempo de las cerezas
silbará aún mejor el mirlo burlón.
Pero es muy corto el tiempo de las cerezas
cuando vamos los dos a cortar soñando
pendientes para las orejas…
Cerezas de amor iguales que rosas
que caen bajo el follaje como gotas de sangre…
Pero es muy corto el tiempo de las cerezas,
pendientes de coral que se cortan soñando.
Cuando estéis en el tiempo de las cerezas,
si acaso teméis las penas de amor,
evitad a las hermosas mujeres.
Yo, que no les temo a los grandes dolores,
no viviré ya un día sin sufrir…
Cuando estéis en el tiempo de las cerezas,
vosotros también penaréis de amor.
Por siempre amaré el tiempo de las cerezas.
Es de ese tiempo del que guardo en el corazón
una herida abierta.
Y aunque se me ofreciera la dama Fortuna,
no podría jamás calmar mi dolor.
Por siempre amaré el tiempo de las cerezas,
y el recuerdo que guardo en el corazón.

La foto corresponde a la performance ofrecida por Gracia Iglesias en la presentación de su libro “Aunque cubras mi cuerpo de cerezas”, realizada en la galería Catarsis, de Madrid, con la colaboración del pintor José Manuel Rodríguez de Córdoba.

Me encantaría ser capaz de ver la vida como un swing

Pero, con más frecuencia de lo que quisiera, la veo así

Conversación con Simone Weil

—los niños, el océano, la vida silvestre, Bach.
—el hombre es un extraño animal.

En la mayor parte del mundo
la mitad de los niños se van a la cama
hambrientos.

¿Renuncia el ángel a sus plumas, al iris,
a la gravedad y la gracia?

¿Se acabó para nosotros la esperanza de
ser mejores ahora?

La vida es de otros.
Ilusiones y yerros.
La palabra fatigada.
Ya ni te atreves a comerte un durazno.

Para algo cerré la puerta,
di la espalda
y entre la rabia y el sueño olvidé muchas
cosas.

La mitad de los niños se van a la cama
hambrientos.

—los niños, el océano, la vida silvestre, Bach.
—el hombre es un extraño animal.

Los sabios, en quienes depositamos nuestra
confianza,
nos traicionan.

—los niños se van a la cama hambrientos.
—los viejos se van a la muerte hambrientos.

El verbo no alimenta. Las cifras no sacian.

Me acuerdo. ¿Me acuerdo?
Me acuerdo mal, reconozco a tientas. Me equivoco.
Viene una niña de lejos. Doy la espalda.
Me olvido de la razón y el tiempo.

Y todo debe ser mentira
porque no estoy en el sitio de mi alma.
No me quejo de la buena manera.
La poesía me harta.
Cierro la puerta.
Orino tristemente sobre el mezquino fuego de
la gracia.

—los niños se van a la cama hambrientos.
—los viejos se van a la muerte hambrientos.

El verbo no alimenta.
Las cifras no sacian.

—el hombre es un extraño animal.


Blanca Varela, de Vals y otras confesiones

Haiku de mayo

Aire sedoso

Esperaba en mi puerta

La lluvia cae



Jazmín


Estos últimos días, debido a imperativos familiares que no vienen ahora al caso (o tal vez sí, pero lo contaré en otro momento) me he desplazado con frecuencia a un lugar cercano a las calles donde crecí. Lo he hecho normalmente con prisas, impelida por tareas concretas, y con eficacia. Pero hoy me sobraba tiempo. A veces es maravilloso que sobre tiempo, otras es una condena. Hoy tal vez ha sido ambas cosas. Me sobraba tiempo. Eran las dos de la tarde y el barrio entero, que conserva todavía características de la Barcelona pre-olímpica, parecía sestear. El silencio, roto apenas por algunos pasos lejanos o el tintineo de cocinas desde ventanas abiertas, descendía con el aire, suave y transparente. Incluso el bar de siempre, el que hace esquina, estaba cerrado. En esa calle, en pendiente y asfaltada con enormes losas, nos lanzábamos con patines de cuatro ruedas, en un feliz vértigo que nuestras rodillas, llenas de costras y moretones, frenaban risueñas. Todavía tengo una cicatriz. Pero no recuerdo el dolor, el de las rodillas quiero decir, sólo las risas y la audacia de intentarlo de nuevo. En unas calles más allá había unos jardines. Solían estar descuidados, llenos de hierbas y senderos, e incluso había una charca en la que a veces aparecían renacuajos. Hoy, aunque podía notarse el débil intento de urbanismo, con palmeras podadas y parcelas de césped recortado, seguía casi tan a su aire como antes. Y entonces, de pronto, un intenso olor a jazmín me ha golpeado. Con tanta violencia como el recuerdo, o, más que el recuerdo, he revivido durante unos segundos la sensación precisa, exacta —hacía tiempo olvidada— del deseo, la certeza del deseo tal como era en aquellos días: un deseo rotundo, intenso, inequívoco y confiado de ser feliz. Entonces no sabía, como lo sé ahora, como lo he visto hoy, con claridad que hiere, que eso era la felicidad, eso precisamente, aquel deseo sin fisuras, irremisiblemente ido.




Escribir

Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido.
No sé qué es un libro. Nadie lo sabe. Pero cuando hay uno, lo sabemos. Y cuando no hay nada, lo sabemos como sabemos que existimos, no muertos todavía. Sigue habiendo generaciones que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes: libros encantadores, sin poso alguno, sin noche. Sin silencio. Pero no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento.
Cada libro, como cada escritor, tiene un pasaje difícil, insoslayable. Y debe optar por dejar este error en el libro para que siga siendo un verdadero libro, no una falsedad. La soledad no sé en qué se convierte luego. Aún no puedo decirlo.
Marguerite Duras, Escribir (fragmentos)


Las palabras


Las palabras se mueven, la música se mueve
sólo en el tiempo; pero aquello que sólo está vivo
sólo puede morir. Las palabras, después de hablar, alcanzan
el silencio. Sólo por la forma, el orden,
pueden las palabras o la música obtener
el sosiego, como el jarrón chino que se mueve aún
perennemente en su quietud.
No la quietud del violín, en una nota sostenida
no únicamente eso, sino la coexistencia,
o digamos que el final precede al principio,
y que final y principio han estado siempre aquí
antes del principio y después del final.
Y todo es siempre ahora. Las palabras se esfuerzan,
se agrietan y a veces se rompen bajo el peso,
bajo la tensión, se deslizan, resbalan, mueren,
decaen con imprecisión, no se quedan en su lugar,
inmóviles. Voces chillonas,
lastimeras, burlonas, o simplemente parlanchinas,
las asaltan. La Palabra en el desierto
es sobre todo atacada por voces tentadoras,
la sombra plañidera en la danza fúnebre,
el agudo lamento de la desconsolada quimera.

T.S. Eliot, Four Quartets (fragmento)


Words move, music moves
Only in time; but that which is only living
Can only die. Words, after speech, reach
Into the silence. Only by the form, the pattern,
Can words or music reach
The stillness, as a Chinese jar still
Moves perpetually in its stillness.
Not the stillness of the violin, while the note lasts,
Not that only, but the co-existence,
Or say that the end precedes the beginning,
And the end and the beginning were always there
Befote the beginning and after the end.
And all is always now. Words strain,
Crack and sometimos break, under the burden,
Under the tension, slip, slide, perish,
Decay with imprecision, will not stay in place,
Will not stay still. Shrieking voices
Scolding, mocking, or merely chattering,
Always assail them. The Word in the desert
Is most attacked by voices of temptation,
The crying shadow in the funeral dance,
The loud lament o f the disconsolate chimera.