Envidia

Carecer

Muchas gracias a todos, queridísimos amigos. Me gusta el 22. Es infantilmente mágico.

Más sobre espejos


I.M.

Abstraerte de todo y concentrarte en las líneas y volúmenes de un cuerpo. Recuerdas cómo de hermosos te parecían de niña, todavía no contaminada tu percepción por los diversos cánones, todos los cuerpos, cómo eran de maravillosas todas las pieles, con sus rugosidades, sus luces y sombras.
Y sientes una inmensa gratitud por la generosidad del modelo, que te permite que lo observes durante una, dos, tres horas ... y una enorme compasión por el género humano, ahí, desnudo, tan vulnerable.

















I.M.

El sueño de las amapolas

Magritte, El imperio de las luces

Atendiendo a alguna reflexión que la entrada anterior había suscitado, dada la aparente exclusividad de su dedicatoria y, en consecuencia, el aparente abandono de ellos, había prometido volver para hablar de espejos, del otro y yo, de la otra y tú, de La hora de la estrella y de su narrador, Rodrigo S.M., intelectual barbudo que, cuando se mira al espejo, se reconoce, reconoce en él a la frágil protagonista -Macabéa, la indefensa nordestina que emigra a Río, una ciudad hecha toda contra ella- y de la autora, Clarice Lispector, a quien el espejo le muestra a Rodrigo, Rodrigo y su dolor y su vergüenza transcribiendo la insignifcante y terrible historia de Macabéa.

Y había empezado a escribirla. El resultado, sin embargo, no era el deseado. Excesivamente académica, cuando no moralmente aleccionadora. Y ése no es el propósito de las amapolas. Ellas sueñan con un poco de luz, silencio y música y, a veces, una luna llena. Para todos, se lo aseguro.