Presentación de “Casicuentos para acariciar a un niño que bosteza” de Luis Miguel Rabanal








(Ésta es, más o menos, la transcripción, con las repeticiones, comentarios, preguntas e incluso, tal vez, errores, propios de la expresión oral)

Buenos días. En primer lugar, muchas gracias a todos por estar aquí y a Ediciones Leteo por la oportunidad que me ha ofrecido de disfrutar de la lectura a fondo de estos “casicuentos” de Luis Miguel Rabanal.

A mí esto de los epígrafes siempre me ha parecido peligroso, eso de comenzar citando a un gran maestro que trata de uno de los grandes temas que a todos concierne, para lo cual eliges precisamente esos versos, esas frases en las que ha dado de lleno en el clavo, en los que ha alcanzado la enunciación casi perfecta y, claro, es como prometer que se va a dar algo, ¿no?, la réplica adecuada a lo que has citado, y eso supone correr el peligro de defraudar al lector que quizá esté esperando algo que luego no encuentra, o que lo que encuentre no tenga nada que ver con lo que él ha imaginado. 

No es éste el caso de Luis Miguel. Abres el libro y lees: 

“¿Qué era esta tierra, hijo de dioses, para ti?
Desde tu país de sueños, tú, soñador, avanzaste,
y en tus oídos resonaba la música antigua
y en tu cabeza los hechos de los muertos,
y aquellas épocas heroicas olvidadas hace tiempo.

Robert Louis Stevenson”

Y resulta que todo lo que esa cita ha prometido lo recibes con creces. Refleja exactamente lo que nos va a “casicontar”.

Comenzamos la lectura e imaginamos en seguida a un niño/adolescente que sueña desde su propio mundo, en un territorio, Olleir (Riello) que desgraciadamente no conozco, pero que imagino seco y húmedo, poco complaciente pero sólido, tal vez como algunas zonas del interior de esta tierra. 

Es un lugar que no tiene nada que ver con la sensualidad y la suave melancolía del mediterráneo donde pasé mi infancia, pero aún así reconozco el territorio, es ese territorio, si no de la inmediata posguerra, sí de la larga y cutre “posposguerra”. Y aquí ya se sospecha que la época heroica antigua de Luis Miguel es, en realidad, mucho más reciente, es esa época de mineros y republicanos, pero también, las épocas perdidas y olvidadas de las que nos habla (y que el autor no ha olvidado aunque reniegue a veces de la falaz memoria) son sobre todo las personales, las que se soñaban cuando aún se tenía esperanza, o las que se vivieron en la infancia y en la adolescencia, en ese encuentro, como el protagonista de “La isla del tesoro”, con lo cruel del mundo adulto, pero también con lo maravilloso, con la búsqueda de ese cofre del tesoro que tal vez exista, aunque después resulte que el cofre del tesoro era precisamente esa época de sueños, ese cofre que se encuentra entre el polvo del altillo y que guarda “la vaca de goma, el cabás de las pinturas, dos o tres peonzas extraviadas. Cosas sin dolor, como tú bien sabes.”

Los héroes, pues, somos nosotros viviendo esa infancia y esa adolescencia, pues casi todas las infancias y adolescencias son heroicas, pero lo son también aquellos otros hombres a los que enmudecieron, esos fusilados a los que los niños, apenas sabiéndolo, visitan en uno de sus cuentos: “porque el verano termina y termina con él la mirada imprevisible. También en verano, pero hace tantísimo, dos camionetas renqueantes se detuvieron en esta misma curva. Tres hombres ensogados aguardaban su destino mientras los otros, con negras pistolas y camisas azules, sonreían y buscaban en sus bolsos algo que liar para matar el tiempo. (…) Desde antiguo los niños han sabido que los inocentes reposan en el recodo, amparadas sus tumbas por escobas y una época impunemente servil (…). Los niños, a su modo y cada año, los visitan.”

Recuerdo, de un reportaje sobre la república que realizó hace años la televisión inglesa, una imagen aparentemente poco dramática, pero que a mí fue la que me sobrecogió y emocionó, tal vez porque era la imagen de la dignidad del héroe, ese héroe y esa dignidad sin aspavientos, soñada y perdida. Sólo se veía una especie de patio de cárcel donde caminaban en fila india los republicanos detenidos tras la huelga general de Asturias, sobre todo huelga de mineros, del 34. Esa especie de desafío sereno, esa convicción franca en la mirada resuelta … esa imagen me ha vuelto varias veces durante la lectura de los “casicuentos” de Luis Miguel pues tienen, entre otras muchas virtudes, la de aludir a lo que no se nombra, la de dejar la huella de la que hablaba Derrida, esa huella de lo diferido, de lo no dicho, que se hace presente, precisamente por eso, en ciertas escrituras. 

Es el caso de la de Luis Miguel. Supongo que los ha llamado “casicuentos” porque tal vez le debió de parecer pretencioso un título como el baudeleriano “pequeños poemas en prosa”, pero en realidad eso es lo que son. Con esos pequeños poemas en prosa nos empuja inevitablemente a través de imágenes insólitas, de metáforas llenas de ecos, de sugerencias, a volver a ese territorio que Freud definió como más grande que la propia realidad, el de la infancia, y, con ella, al del tiempo ido y las constantes pérdidas que nos regala, al de la memoria falaz pero aún así angustiosamente necesaria:
“Te cuento estas cosas para que el azar, esa amnesia renegada de los simples, no te conduzca a ti por su senda y más allá del tiempo conserves el suficiente arrojo que explica la memoria, aun cuando es falsa y se obtenga de un murmullo que no es verdad tampoco, como este que arranca el vendaval de la tierra donde una vez los árboles atesoraban tanta y tanta melancolía.”

Y no sólo la memoria personal, también la histórica, a la que así mismo alude de esa forma sutil y elusiva con la que se aprenden tantas cosas en la infancia y, como decía, con un tratamiento del lenguaje en el que no hay nada gratuito, no hay ningún adjetivo innecesario, ninguna metáfora inútil, todo es relevante, y cada palabra intenta alcanzar, y muchas veces lo consigue, ese algo no expresado y cuya dicción hubiera parecido imposible hasta que la encuentras aquí.

Yo había encontrado ese mundo indefinible sobre todo en imágenes, en algunas imágenes de películas como “El bosque del luto” de Kawasi o en la filmografía de Tarkovski, pero en esas películas extranjeras falta el elemento no dicho pero omnipresente en estos pequeños poemas en prosa que es esa terrible, larga y cutre posguerra española. En ese sentido tal vez sería más pertinente la comparación con “El espíritu de la colmena” de Víctor Erice. Seguramente no es necesario comparar estos cuentos con nada, ellos solos crean constantes imágenes en la mente del lector, pero a mi edad ya tengo inevitablemente esa inteligencia que llaman relacional y, para quien no haya leído los cuentos, creo que pueden ayudar a dar una idea de lo que en ellos se encuentra.

Siguiendo con las relaciones, he encontrado también en algún título o alguna frase una deliberada referencia a algún que otro poeta (Borges, Verlaine, Gil de Biedma) como un guiño de Luis Miguel al lector con el que compartir otras lecturas. Así, el título del primer casicuento “Plum el misterioso” me llevó inmediatamente a “Funes el memorioso” de Borges, aquel hombre que lo percibía todo en sus detalles y lo recordaba todo. No le he preguntado a Luis Miguel, pero creo que hay un gran guiño ahí, entre otras razones porque él, a través de “Plum el misterioso” nos va a hablar del recuerdo y la caprichosa memoria, de lo perdido u olvidado, y de la nostalgia de lo nunca alcanzado, de lo nunca conocido.

Aparecen también ya en este cuento esas insólitas imágenes que mencionaba antes y algo más que no he dicho, esos finales abruptos, como algo que cae, una piedra en el agua y cuyas ondas reverberantes tiene que construir y recoger el lector a través de su propia experiencia, de su propia memoria, así como esos otros ecos, frente al tiempo ido, frente a lo perdido y a la certeza de la muerte, de la vida palpitante, la vida que, a pesar de todo, no cesa, esa vida “que bulle”.

(Durante la presentación, realicé la lectura completa de “Plum el misterioso” y fragmentos de otros cuentos que dan cuenta de esas alusiones al silencio y el miedo de ese territorio común, la larga posguerra, esa vida incesante y llena de promesas que se percibe a cada segundo en la infancia y adolescencia, esa dura sensualidad de su tierra física, Olleir/Riello y, como decía, la vida palpitante a pesar de todo, esas imágenes insólitas con las que nombrar lo indecible, porque, ¿acaso hay mejor definición de ese tiempo perdido de la infancia y adolescencia que “los días de júbilo enorme y de tenaz pesadumbre” con que lo resuelve Luis Miguel? Transcribo aquí algunos párrafos de “Plum el misterioso” y los fragmentos leídos de otros cuentos.)

“Todas las mañanas había un suceso que escandalizaba con su aroma invernal a los niños de Ceide. Los ojos se les abrían desmesuradamente a la contemplación del último terror, un hombre macilento los miraba crecer como desde un sueño triste, y bajaban al río cargados de razones a jugar con los otros, a estorbar a los gatos incluso, o a vivir de tal forma que no se supiese nada.

Plum era el más pequeño (…) como en ascuas se recuerda la confusa niñez que embarga tanto, y dijo a sus amigos cosas coloradas y aventuras terribles. Confesó ser el pionero que echado en la tierra escucha llegar la nieve, se jactó de mirar desde el fondo de sus gafas nuevas la cercanía de lo que bulle: cangrejos podridos en la orilla, el humo agrio de las casas (…)

Y se construyó la noche igual que siempre y mientras el frío envolvía el necio pensar de los mayores, alguien, no lejano del todo, lloraba como ayer porque ese terror que ahora le aferra la garganta tampoco hoy era posible…
(…)
Detrás de las casonas vivía una mujer mendiga que adoraba a los niños dándoles dedales de azogue para llevar a sus casas y caramelos ácidos que encontró una tarde justo en el bolsillo roto de un fusilado, de aquellos que morían con la cara vuelta y muy poco temerosos de dios, como debe ser la muerte, les decía a los niños.
(…)
Escucha, encontrarás a quien una tarde quiso robarte la niñez sin nada que ofrecerte a cambio, pero existe el perdón y contemplas su rostro envejecido, y crees haber regresado a los días de júbilo enorme y de tenaz pesadumbre, ya sabes.
Como él, también tu pronuncias esas palabras terribles que significan daño y pereza, te ata las manos la memoria y sueles confiar aún en la vida, pues si no qué ligaduras habrías de romper, qué conocimiento podrías ofrecer a tus contrarios para salvarte,
(…)
Aquel verano decidimos que la vida merece la pena. Que a pesar de todo hay palabras que escudriñar (…) y que la niñez es tan hermosa como una niña perfumada que nos confiesa haber visto dos o tres leones, hambrientos y azules, en la era de Quinto, sin más.
(…)
Nada escuchaba que pudiese entorpecer mi asalto a las mojadas bocas de las minas (…) Yo pretendía parecerme a uno de aquellos hombres valerosos que hablaban casi siempre sin abrir la boca, como los héroes de corazón tan formidable.
(…)
Se estrechaba el tiempo como una cometa. En el bosque, al pie de La Arenera, algo raro sucedía en el cobertizo recién estrenado de los guardias. La lluvia no dejaba oír bien los gritos del nuevo prisionero. Pobre Donomán y, sobre todo, pobres de nosotros. (…) llegó por fin la niña de Valencia que desde hacía tanto tiempo esperaba y eso sí que era el amor.
El cuerpo no perdonado de aquel hombre…”


En resumen, estos “Casicuentos”, que parecen así mismo fragmentos aparentemente inacabados, estos pequeños poemas en prosa, cuentan mucho más que tantas historias que se quieren redondas y perfectas, sobre lo que a todos concierne e importa, la infancia y la adolescencia, esa época de los sueños y de las esperanzas, del miedo y de la audacia, del descubrimiento maravillado de la vida, del lenguaje, del sexo, del amor, de la crueldad, y, después, el recuerdo, lo perdido, ya apenas algunas palabras que tal vez signifiquen algo, y, a pesar de todo, la vida sigue bullendo, y está también, siempre presente, esa invocación, ese otro al que dirigirse con la esperanza, tal vez, de no estar del todo solo:

“Al levantarlo, es ella quien castiga, ella quien secará la sangre, se tambalea y se adivinan las roturas. Días grises de cama y escayola con que iniciar el cuidado sin cariño. Ojalá hubieras sido tú el que empujase muy lejos de sus labios la agonía.”


Muchas gracias.



Luis Miguel Rabanal y Yaiza Martínez



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n librería +Bernat , el sábado 12, a las 12:00, presentaremos "Casicuentos para acariciar a un niño que bosteza" de Luis Miguel Rabanal y "Siete-Los perros del cielo" de Yaiza Martínez.