Confiado animal





I.M.


Despedida

La carne, que envejeció muy bien conmigo,
la mano rugosa, que sostuvo fresca la mía,
ha de quedarse sobre el pálido muslo,
rejuvenecerse la carne, por un instante,
para que así venga más rápido el derrumbe en ella,
rápido llegan las arrugas, casi sanas,
y todo sobre la rígida musculatura.

No ser amada. El dolor podría ser aún
mayor, se siente muy bien, toca a la puerta.
Pero la carne, con su línea abierta en la rodilla,
las arrugadas manos, todo ello sobrevino de noche,
el curtido omóplato, donde ya no crece ningún verde,
donde alguna vez se mantuvo oculto un rostro.

Avejentada en cien años, en un solo día,
el confiado animal fue llevado bajo latigazos
a su armonía preestablecida.

Traducción de Bruno Onetto





Ingeborg Bachmann



Hableyso




Manzana mística, I.M.



Durante todo el día han estado sucediendo cosas extrañas. Todas, todas las conversaciones que he mantenido, en presencia, telefónicas, blogueras, tenían en su contenido y/o su forma una especie de marcas, indicios, señales, que remitían unas a otras, interconectadas y apuntando a la vez a algo que iba más allá, a ese mundo del que todo lo ignoramos y que, aún así, algunos se empeñan en negar (yo, ante la duda, prefiero la duda) en nombre de una evidencia científica que, precisamente, ha ido demostrando la existencia de lo que antes se negaba sólo por su invisibilidad o nuestra capacidad de entender.

La última de estas coincidencias, o sincronías, o señales, se ha dado con Mariel, pero antes se había dado con Bel, la otra Bel -gracias a ella y a un pequeño desencuentro que tuvimos a causa de la coincidencia de nombres y alguna que otra de esas enigmáticas simultaneidades que el tiempo regala a veces y que producen un cierto escalofrío no desagradable, me puse la M., la primera letra de mi apellido, en el perfil del blog- y aún antes se había dado con Blanca, y antes con M. y con S. y con..., pero la de Mariel parecía la última -y otra circunstancia no menos intrigante, es que haya pasado con estas tres nuevas amigas blogueras quienes, por cierto, han sido, junto a otros, un inesperado regalo de este difícil verano, como si su llegada correspondiera también a algún tipo de designio- hasta que he tenido que escribir la palabra para que el comentario se publique. La palabra era "hableyso". Entonces casi he gritado ¡¿qué?! ¿¡qué!? ¿Qué tengo que hablar? ¿Qué es lo que tengo que decir?

Algo que me he prohibido, algo que tal vez se esté pudriendo, el tiempo pasa, algo que tal vez me esté pudriendo, el tiempo pasa y la mudez, que no el silencio, la mudez tal vez esté pudriendo las palabras.

¿Tal vez decir mi nombre?

Mi nombre es Isabel Mercadé y es a Isabel Núñez, la otra Bel, a quien le debo el estar aquí diciéndolo. Y también, de alguna manera, a Blanca Andreu, aunque ella no lo sabe, por un apunte que hizo una vez, como al azar, sobre el blog y decir el nombre. Y ahora, además, a El objeto a que, para subrayar el día, acaba de dejar su reflexión sobre el valor que no se tiene, ¿o sí?. Y finalmente, a Stalker, de quien he descubierto, hoy precisamente, en la primera entrada de las amapolas, un hermoso comentario sobre el nombre que nos dice.

¿Tal vez decir mi palabra?

"Y sólo una palabra basta para que todo viva en una alegría desconocida sin él".

Ésta es una de las últimas frases que escribí en mi cuaderno de escribir lo que quiero decir cuando no quiero decírselo a nadie. ¿O tal vez sí? Tal vez sí quiera decírselo a alguien, quería decir. Y se lo debo a la mano de I.M., o de Bel, que inconscientemente (pues no me he dado cuenta hasta que lo he visto aquí, al lado del teclado) se ha alargado para cogerlo.





¿Tal vez decir mi palabra y mi nombre?









Inuit, la dulce Inuit, que ha optado no sé si por el silencio o la mudez, se alegraría.