Cuatro minutos de odio. Catarsis



Fiesta en casa de Violeta, Violeta Parra


La necesitaba. Ya pasó. Gracias por vuestra presencia.

Maldigo del alto cielo
la estrella con su reflejo,
maldigo los azulejos
destellos del arroyuelo,
maldigo del bajo suelo
la piedra con su contorno,
maldigo el fuego del horno
porque mi alma está de luto,
maldigo los estatutos del tiempo
con sus bochornos,
cuánto será mi dolor.

Maldigo la cordillera
de los Andes y de La Costa,
maldigo, señor, la angosta
y larga faja de tierra,
también la paz y la guerra,
lo franco y lo veleidoso,
maldigo lo perfumoso
porque mi anhelo está muerto,
maldigo todo lo cierto
y lo falso con lo dudoso,
cuánto será mi dolor.

Maldigo la primavera
con sus jardines en flor
y del otoño el color
yo lo maldigo de veras;
a la nube pasajera
la maldigo tanto y tanto
porque me asiste un quebranto,
maldigo el invierno entero,
con el verano embustero,
maldigo profano y santo,
cuánto será mi dolor.

Maldigo la solitaria
figura de la bandera,
maldigo cualquier emblema,
la Venus y la Araucaria,
el trino de la canaria,
el cosmos y sus planetas,
la tierra y todas sus grietas
porque me aqueja un pesar,
maldigo del ancho mar
sus puertos y sus caletas,
cuánto será mi dolor.

Maldigo luna y paisaje,
los valles y los desiertos,
maldigo muerto por muerto
y el vivo de rey a paje,
el ave con su plumaje
yo la maldigo a porfía,
las aulas, las sacristías
porque me aflige un dolor,
maldigo el vocablo amor
con toda su porquería,
cuánto será mi dolor.

Maldigo por fin lo blanco,
lo negro con lo amarillo,
obispos y monaguillos,
ministros y predicandos
yo los maldigo llorando,
lo libre y lo prisionero,
lo dulce, lo pendenciero
le pongo mi maldición
en griego y en español
por culpa de un traicionero,
cuánto será mi dolor.

Maldigo del alto cielo, Violeta Parra









Masquerade


Jean Antoine Watteau, Pierrot


Les Charmes de la vie. Watteau

Que no turben las aves el crepúsculo.
Va a comenzar el vals. Que todo quede
en tinieblas. Que las sedas oculten
las abiertas ventanas, y que alguien desenlace
los gruesos terciopelos. Nada debe
amenazar el flujo de la música:
ninguna arista o mármol o pájaro dormido.
Que nada permanezca. Sólo el aire
ilumine las fuentes ocultas de la noche,
difunda en las estancias un resbalar de remos
en los estanques, prenda el roce de las hojas
que desordena el viento entre las alamedas,
apague los destellos sobre los ventanales,
que las cortinas pongan su caliente aleteo
sobre cada cristal para que los espejos
no descubran de dónde brotan los surtidores,
para que no resbalen hacia las balaustradas
las serpientes del agua, para que en la penumbra
los colores del mármol y de los terciopelos
desprendan un ingrávido gorgotear de luces
y así, por un redondo laberinto de cauces
poco a poco la música, brotando de la oscura
transparencia del aire, irrumpa desde cada
cristal amortajado, desde cada moldura,
libere sobre el musgo las voces de la noche
para que en el silencio girando las corrientes
heladas, ni los dedos ni la curva del torso
de la estatua disientan de la inmóvil presencia
de los vasos que oprimen en las encrucijadas
un puñado de inertes raíces sumergidas.
Anacreonte supo renunciar a casi todos los mitos de su tiempo:
patria, fama, triunfo, dignidad de soldado,
respeto hacia los muertos y amistad con los dioses.
¿Cómo no serenarse si todo está perdido?
Las montañas azules, a lo lejos, van siendo lamidas por la sombra.
Dibuja los contornos de las torres lejanas
la palidez helada de un viento submarino,
iluminando el brillo de los ojos, nítidos y cercanos
pero imposibles, como el rastro de umbría verdura que sugiere
el escondido cauce de un río subterráneo.
Que resuene el laúd, porque las voces
quebrarían el aire de la tarde.
Que los dedos desaten, entre los encajes,
el unánime llanto de las cosas,
pero que nadie intente otra vez pulsar las raíces de la vida.
Con el sol poniente van a lanzar sus últimos destellos, sobre
las hojas amarillas,
las irisaciones de la música,
y los dioses silvestres convocan al silencio en la espesura.
Que nadie intente descubrir los sones
originarios.
La noche desciende
sobre las tazas de las fuentes mudas, como las hojas muertas,
y oprime con mano tibia los atributos de la música:
latón pulido de las cornamusas,
resonancias que cierran su corola junto a los bucráneos
festoneados de racimos y cintas.
Ahora resbala por las escalinatas
la múltiple aureola de las luces
(¿y por qué no subir, si todo está perdido?)
y se desgrana el vals entre las risas
mientras las lentejuelas de las máscaras
reflejan un brillante remolino de sedas,
como un enorme espejo alucinado.

De Dibujo de la muerte, Guillermo Carnero









Haiku de febrero



I.M.
Camino nuevo

el alma se sorprende

almendro en flor

Bragas rosas

No, no es que las amapolas hayan enloquecido. Saltándome todos los presupuestos de este sitio, permitidme que os recomiende la entrada bragas rosas contra el integrismo que acabo de leer en el blog de Marta Navarro . La lástima es que no creo que esta iniciativa llena de humor, dulzura y picardía les haga gracia alguna a aquellos señores a quienes va dirigida. ¿Podrán unas bragas rosas vencer el oscurantismo, la amenaza, el repugnante color del miedo y la violencia?

New York Stories

Scorsese, Procol Harum y Nick Nolte, ¿qué más se puede pedir?


Amor


¿Está ya todo dicho?


Eros y Psique, Antonio Canovas

Pues los amantes tienen esperanza
de que aquel mismo cuerpo que ha inflamado
su pecho en amor ciego, puede él mismo
apagar el incendio que ha movido;
pero se opone la naturaleza:
y es la única pasión de cuyos goces
con bárbaro apetito arde el pecho;
pues el hambre y la sed se satisfacen
fácilmente por dentro repartidos
bebidas y alimentos en los miembros,
y se pueden pegar a ciertas partes.
Pero un semblante hermoso y peregrino,
sólo deja gozar en nuestro cuerpo
ligeros simulacros que arrebata
miserable esperanza por los aires.
Así como un sediento busca en sueños
el agua ansiosamente, y no la encuentra,
para apagar el fuego de su cuerpo,
y sólo da con simulacros de agua,
y con vana fatiga de sed muere
bebiendo en un río caudaloso;
del mismo modo engaña a los amantes
Venus con simulacros: ni la vista
de un cuerpo hermoso hartura puede darles,
ni quitar de sus miembros delicados
alguna parte pueden con sus manos
que inciertas manosean todo el cuerpo.
En fin, cuando sus miembros enlazados
gozan el fruto de la edad florida,
cuando el cuerpo presagia los contentos
y a punto Venus de sembrar los campos,
los amantes agárranse con ansia,
y juntando saliva con saliva
el aliento detienen apretando
los labios y los dientes; pero en vano,
porque de allí no pueden sacar nada
ni penetrar ni hacerse un mismo cuerpo.
Al parecer son estos sus intentos;
Venus los junta con ansiosos lazos
cuando en el seno del placer sus miembros
en licor abundante se derriten
conmovidos en fuerza del deleite;
en fin, cuando la Venus recogida
de los nervios saltó, por un momento
el ardor violento se amortigua
vuelve después con más furor la rabia,
buscando sin cesar tocar el blanco
de sus deseos; pero no hallan medio
con que puedan triunfar de su desgracia:
¡Tan ciega herida errante los consume!

De De la naturaleza de las cosas, Libro IV, Tito Lucrecio Caro (99 ac-55 ac)


Y, ahora, próximo ya el fin del día, Amparo me regala esta certera réplica:

Porque acaso el amor sólo sea una forma de deseo,
o el deseo cualquiera de las múltiples maneras del amor,
no es raro que confunda tu codicioso cuerpo con tu alma,
o los rincones del afecto con los de la apetencia.
Y quizás sea lo mismo morirme por tu amor o por tu hambre,
poseerte en la carne o en el sueño,
y todo sea más simple y menos duro de lo que yo pensaba (...)


que Mertxe, en esta tarde de domingo, ha venido a completar:

al final, el átomo que somos dirá su última palabra,
carne o sueño,
y ya no importará el enigma,
ni la forma en que nos mata,
importará el instante,
solamente tú y yo,
sin dioses y sin miedo.

De Tratado de cicatrices, Josefa Parra



Rusos


Suprematismo. Blanco sobre blanco, 1918,
Kazimir Malévich (1878-1935)



" (...) le parecía que su cerebro se encendía por unos instantes, y con un impulso extraordinario todas sus fuerzas vitales alcanzaban de golpe el máximo grado de tensión. La sensación de estar vivo, al par que la de su propia conciencia, se multiplicaban por diez en esos instantes que duraban lo que un relámpago. Su mente y su corazón se inundaban de insólita luz (...) Reflexionando sobre ese momento cuando volvía más tarde a sentirse bien, se decía a menudo que todos esos relámpagos, todas esas ráfagas de un sentimiento o autoconciencia superiores -y también, por consiguiente, de una "existencia superior"-, no eran más que una enfermedad, una perturbación del estado normal, y, siendo así, aquello no era una existencia superior, sino, al contrario, algo que debía conceptuarse como el grado más bajo de la existencia.
Y, no obstante, había llegado a una conclusión en extremo paradójica: ¿Qué importa que sea una enfermedad? -se preguntó al cabo- ¿Qué importa que esa tensión sea anormal si el resultado -ese instante de sensación tal como es evocado y analizado cuando se vuelve a la normalidad- muestra ser en alto grado armonía y belleza, provoca un sentimiento, inaudito e insospechado hasta entonces, de plenitud, mesura, reconciliación, y una fusión enajenada y reverente de todo ello (...)."

De El idiota, Fédor Dovstoyevski (1821-1881)





De Sacrificio, Andrei Tarkovski (1932-1986)

Amistad


De veras no es falsa modestia, de veras que no creo merecerlo, pero ya que la persona que me lo entrega considera que así es, lo acepto con cariño y agradecimiento.

Ha sido la encantadora Amparo, eterna aprendiz, dice ella, quien parece convencida de que había de recibir otro premio, nada menos que el de la amistad.

Debería seleccionar a siete amigos más, pero esta vez sí que me ha resultado imposible. Todos aquellos a quienes se lo daría están aquí a la izquierda, cerca del corazón, consignados. Y a todos, estoy segura, les agradará, aunque sea sólo unos momentos, recordarla e incluso, tal vez, tararearla.