Mishima


"El primer encuentro entre nuestro mundo interior y el lenguaje enfrenta algo totalmente individual con algo universal. Es también la ocasión para que un individuo, refinado por lo universal, por fin se reconozca. El quinceañero estaba más que familiarizado con esta indescriptible experiencia interior. Porque la desarmonía que sentía al encontrar una nueva palabra también le hacía sentir una emoción desconocida. Lo ayudaba a mantener una calma exterior incompatible con su juventud. Cuando una cierta emoción se apoderaba de él, la desarmonía que despertaba lo llevaba a recordar los elementos de la desarmonía que había sentido antes de la palabra. Recordaba entonces la palabra y la usaba para nombrar la emoción que tenía ante sí. El muchacho se hizo práctico en disponer así de las emociones. Fue así como conoció todas las cosas: la "humillación", la "agonía", la "desesperanza", la "execración", la "alegría del amor", la "pena del desamor".
Le hubiera sido fácil recurrir a la imaginación. Pero el muchacho dudaba en hacerlo. La imaginación necesita una clase de identificación en la que el ser se duele con el dolor de los demás. El muchacho, en su frialdad, no sentía nunca el dolor de los demás. Sin sentir el menor dolor se susurraba: "Eso es dolor, es algo que conozco".
Era una soleada tarde de mayo. Las clases se habían acabado. El muchacho caminaba hacia la sede del Club Literario para ver si había alguien allí con quien pudiera hablar camino a casa. Se encontró con R, quien le dijo:
-Estaba esperando que nos encontráramos. Charlemos.
Entraron al edificio estilo cuartel en el que los salones de clase habían sido divididos con tabiques para alojar los diferentes clubes. El Club Literario estaba en una esquina del oscuro primer piso. Alcanzaban a oír ruidos, risas y el himno del colegio en el Club Deportivo, y el eco de un piano en el Club Musical. R. metió la llave en la cerradura de la sucia puerta de madera. Era una puerta que aún sin llave había que abrir a empujones.
El cuarto estaba vacío. Con el habitual olor a polvo. R entró y abrió la ventana, palmoteó para quitarse el polvo de las manos y se sentó en un asiento desvencijado.
Cuando ya estaban instalados el muchacho empezó a hablar.
-Anoche vi un sueño en colores.
(El muchacho se imaginaba que los sueños en colores eran prerrogativa de los poetas).
-Había una colina de tierra roja. La tierra era de un rojo encendido, y el atardecer, rojo y brillante, hacía su color más resplandeciente. De la derecha vino entonces un hombre arrastrando una larga cadena. Un pavo real cuatro o cinco veces más grande que el hombre iba atado a su extremo y recogía sus plumas arrastrándose lentamente frente a mí. El pavo real era de un verde vivo. Todo su cuerpo era verde y brillaba hermosamente. Seguí mirando el pavo real a medida que era arrastrado hacia lo lejos, hasta que no pude verlo más... Fue un sueño fantástico. Mis sueños son muy vívidos cuando son en colores, casi demasiado vívidos. ¿Qué querría decir un pavo real verde para Freud? ¿Qué querría decir?
R no parecía muy interesado. Estaba distinto que siempre. Estaba igual de pálido, pero su voz no tenía su usual tono tranquilo y afiebrado, ni respondía con pasión. Había aparentemente escuchado el monólogo del muchacho con indiferencia. No, no lo escuchaba.
El afectado y alto cuello del uniforme de R estaba espolvoreado de caspa. La luz turbia hacía que refulgiera el capullo de cerezo de su emblema de oro, y alargaba su nariz, de por sí bastante grande. Era de forma elegante pero un tris más grande de lo debido, y mostraba una inconfundible expresión de ansiedad. La angustia de R parecía manifestarse en su nariz.
Sobre el escritorio había unas viejas galeras cubiertas de polvo y reglas, lápices rojos, laca, volúmenes empastados de la revista de los egresados y manuscritos que alguien había empezado. El muchacho amaba esta confusión literaria. R revolvió las galeras como si estuviera ordenando las cosas a regañadientes, y sus dedos blancos y delgados se ensuciaron con el polvo. El muchacho hizo un gesto de burla. Pero R chasqueó la lengua en señal de molestia, se sacudió el polvo de las manos y dijo:
-La verdad es que hoy quería hablar contigo de algo.
-¿De qué?
-La verdad es... -R vaciló primero pero luego escupió las palabras-. Sufro. Me ha pasado algo terrible.
-¿Estás enamorado? -preguntó fríamente el muchacho.
-Sí.
R explicó las circunstancias. Se había enamorado de la joven esposa de otro, había sido descubierto por su padre, y le habían prohibido volver a verla. El muchacho se quedó mirando a R con los ojos desorbitados. "He aquí a alguien enamorado. Por primera vez puedo ver el amor con mis ojos". No era un bello espectáculo. Era más bien desagradable.
La habitual vitalidad de R había desaparecido; estaba cabizbajo. Parecía malhumorado. El muchacho había observado a menudo esta expresión en las caras de personas que habían perdido algo o a quienes había dejado el tren. Pero que un mayor tuviera confianza en él era un halago a su vanidad. No se sentía triste. Hizo un valeroso esfuerzo por asumir un aspecto melancólico. Pero el aire banal de una persona enamorada era difícil de soportar.
Por fin halló unas palabras de consuelo.
-Es terrible. Pero estoy seguro que de ello saldrá un buen poema.
R respondió débilmente:
-Este no es momento para la poesía.
-¿Pero no es la poesía una salvación en momentos como este?
La felicidad que causa la creación de un poema pasó como un rayo por la mente del muchacho. Pensó que cualquier pena o agonía podía ser eliminada mediante el poder de esa felicidad.
-Las cosas no funcionan así. Tú no comprendes todavía.
Esta frase hirió el orgullo del muchacho. Su corazón se heló y planeó la venganza.
-Pero si fueras un verdadero poeta, un genio, ¿no te salvaría la poesía en un momento como este?
-Goethe escribió el Werther -respondió R- y se salvó del suicidio. Pero sólo pudo escribirlo porque, en el fondo de su alma, sabía que nada, ni la poesía, lo podría salvar, y que lo único que quedaba era el suicidio.
-Entonces, ¿por qué no se suicidó Goethe? Si escribir y el suicidio son la misma cosa, ¿por qué no se suicidó? ¿Porque era un cobarde? ¿O porque era un genio?
-Porque era un genio.
-Entonces...
El muchacho iba a insistir en una pregunta más, pera ni él mismo la comprendía. Se hizo vagamente a la idea de que lo que había salvado a Goethe era el egoísmo. La idea de usar esta noción para defenderse se apoderó de él.
La frase de R, "Tú no comprendes todavía", lo había herido profundamente. A sus años no había nada más fuerte que la sensación de inferioridad por la edad. Aunque no se atrevió a pronunciarla, una proposición que se burlaba de R había surgido en su mente: "No es un genio. Se enamora".
El amor de R era sin duda verdadero. Era la clase de amor que un genio nunca debe tener. R, para adornar su miseria, recurría al amor de Fujitsubo y Gengi, de Peleas y Melisande, de Tristán e Isolda, de la princesa de Cleves y el duque de Némours como ejemplos del amor ilícito.
A medida que escuchaba, el muchacho se escandalizaba de que no había en la confesión de R ni un solo elemento que no conociera. Todo había sido escrito, todo había sido previsto, todo había sido ensayado. El amor escrito en los libros era más vital que éste. El amor cantado en los poemas era más bello. No podía comprender por qué R recurría a la realidad para tener sueños sublimes. No podía comprender este deseo de lo mediocre.
R parecía haberse calmado con sus palabras, y ahora empezó a hacer un largo recuento de los atributos de la muchacha. Debía de ser una belleza extraordinaria, pero el muchacho no se la podía imaginar.
-La próxima vez te muestro su retrato -dijo R. Luego, no sin vergüenza, terminó dramáticamente-: Me dijo que mi frente era realmente muy hermosa.
El muchacho se fijó en la frente de R, bajo el pelo peinado hacia atrás. Era abultada y la piel relucía débilmente bajo la luz opaca que entraba por la puerta; daba la impresión de que tenía dos protuberancias, cada una tan grande como un puño.
-Es un cejudo -pensó el muchacho. No le parecía nada hermoso. "Mi frente también es abultada", se dijo. "Ser cejudo y ser bien parecido no son la misma cosa".
En ese momento el muchacho tuvo la revelación de algo. Había visto la ridícula impureza que siempre se entremete en nuestra conciencia del amor o de la vida, esa ridícula impureza sin la cual no podemos sobrevivir ni en ésta ni en aquél: es decir, la convicción de que el ser cejijuntos nos hace bellos.
El muchacho pensó que también él, quizás, de un modo más intelectual, estaba abriéndose camino en la vida gracias a una convicción parecida. Algo en ese pensamiento lo hizo estremecerse.
-¿En qué piensas? -preguntó R, suavemente, como de costumbre.
El muchacho se mordió los labios y sonrió. El día se estaba oscureciendo. Oyó los gritos que llegaban desde donde practicaba el Club de Béisbol. Percibió un eco lúcido cuando una pelota golpeada por bate fue lanzada hacia el cielo. "Algún día, tal vez, yo también deje de escribir poesía", pensó el muchacho por primera vez en su vida. Pero todavía le quedaba por descubrir que nunca había sido poeta. "


De El muchacho que escribía poesía (fragmento), Yukio Mishima











Fantasías de Mishima

20 comentarios:

ybris dijo...

Profundo y denso el texto de Mishima:
quizás todos pasemos o hayamos pasado por momentos en los que queremos dejar lo que aún no hemos comenzado.

Besos.

Gracia Iglesias dijo...

Un placer recuperarte de la mano de Mishima y de Willy DeVille.

Marisa Peña dijo...

Por fin...te echaba tanto de menos...y estoy tan vaga últimamente.un beso preciosa y gracias por la belleza, aunque a veces duela y nos haga despertar del letargo

Isabel Mercadé dijo...

Queridos Ybris, Domadora, Marisa:

Me alegro muchísimo de estar aquí de nuevo y, sobre todo, de reencontraros. Gracias por vuestra cálida presencia.

El otro día fui a ver la remasterizada "Mishima". Me decepcionó un poco, no sé bien por qué. La peli explora el mundo interior de Mishima a través de esos cuatro capítulos basados en cuatro de sus obras "la belleza", "el arte", "caballos desbocados" y "la armonía entre la espada y la pluma" y de su vida muestra casi solamente su gesto final. Tal vez porque en un tiempo su obra me había deslumbrado tanto que la peli no me aportó nada nuevo. Tal vez porque esperaba conocer algo más del Mishima cotidiano, de esa otra realidad, también real. Así y todo, es muy muy recomendable.

Un abrazo enormísimo a los tres.

giovanni dijo...

Releyendo el fragmento me di cuenta que abriste tu blog de nuevo a comentarios. De vuelta, qué bueno!

Vivir el amor, pensar sobre el y escribir poemas o cuentos o novelas enteras sobre el amor, son desafíos complicados, entregas sencillas o vivencias vividas (jaja, es esa tautología más que un pasado amoroso o dolido?).

Con el fragmento de Mishima me hiciste navegar un momento por el mundo de fantasías y vivencias. Queda mucho por descubrir, tal vez más en forma (escribir) que en contenido (vivir). Pensar y vivir, dos procesos complementarios y, eso también, conflictivos.

Un abrazo

Isabel Mercadé dijo...

Giovanni:
Acababa de responderte en otro lado. Veo que ya has sacado interesantes conclusiones de ese renovado excavar en el pozo.

Pensar, vivir y escribir...como decía Clarice Lispector y ahora también los más reputados neurólogos, la escritura modifica el pensamiento, y el pensamiento la percepción. Y la percepción ¿equivale a vivir?

(¿Ves como sí he trabajado y mucho?)

Otro abrazo y beso grandotes.

Goliardo dijo...

Te abrazo en este reencuentro, tras una ausencia que sólo es producto del tiempo que me sustrajo viviendo historias inesperadas, de las que ya sabes algo, y ahora sabrás un poco más. Sólo me queda agradecerte por tu afectuosa espera y decirte que me hacía falta el profundo aroma de tus amapolas, que refrescan, nos abren los ojos, y nos dejan absortos en sutiles disquisiciones. Así es que me ví completamente reflejado en este texto de Mishima, en el hombre enamorado y el joven pretensioso y soñador, que empieza a saborear el amargo regusto del desencanto. Y entonces, al reencontrarte me reencuentro, como sucede con los amigos del corazón.
Te mando un gran abrazo, brindando por los retornos, los reencuentros, y toda la poesía por descubrir.
Mil besos y abrazos cálidos, desde este invierno austral.

Isabel Mercadé dijo...

Querido Alejandro:
Me alegro tanto de este reencuentro. Pero todo lo que quería decirte (aparte de que me ha encantado que te identificaras con los dos, como seguramente pretendía el autor) está ya allí, donde los goliardos dibujan su camino.
Aquí hace calor, calor, calor, 36º y 80% de humedad mientras recibo, conmovida, esos besos y abrazos australes.
Mil y uno más para ti.

Dante Bertini dijo...

no entendí que habías vuelto...ahora, gracias a Vanessa, lo sé.
Buenregreso.
Para mí, eran las mujeres las que soñaban en color. Terrible prueba para un poeta.

Dante Bertini dijo...

ah, gracias por el mishima de philip glass; lo había olvidado, siendo que me acompañó durante meses en una ibiza sin poetas.

antonio manuel fernandez morala dijo...

¡Hola Bel; bello texto de Mishima..., anoche vi un sueño en colores.., el amor siempre es poesía; ser poeta es más dificil.Uno o una sueña en colores, pero escribe en blanco y negro.., y la melancolía ya sabes que siempre es gris; me alegro mucho de tu vuelta; abrazos.

alittlepainagain dijo...

He descubierto a otro autor de quien tendré que indagar... Muchas gracias. Un beso.

Isabel Mercadé dijo...

Y yo me alegro de tu visita, Dante. Sí, tal vez sea lo mejor de la película, esa maravilla de Philip Glass.
Veo que a los hombres os ha interesado mucho más la cuestión de los sueños en color que aquello (el lenguaje) sobre lo que yo pretendía llamar la atención.
Tal vez tengáis razón... nada como el lenguaje de los sueños.
Abrazos.

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Antonio, ¡qué sorpresa! y qué grato recuperar a viejos amigos virtuales. Respecto a los sueños, pues exactamente para ti también, mi respuesta a Dante Bertini.

Más abrazos para ti.

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Hola, Littelpain,
Gracias a ti por tu presencia.
Besos.

Roberto dijo...

Mishima era magia y furia puesta al serivicio de la palabra...

una gozada lo que nos regalas

un beso yo también me alegro de encontrarte!

Goliardo dijo...

Bel, disculpá, soy otra vez yo, que me olvidé algo... De todas las veces que vine, no había notado que en tu lista de blogs está "Resulta que ahora", que es de mi mamá. Justamente en su último post cuenta algunas cosas mías de chico, por si te interesa seguir la historia desde el otro lado. Casi como propone el texto de Mishima.
En realidad, me alegra que alguna vez hayas pasado por allí, ya que ella te conoce a través mío ¡Sos famosa! Y tenés que saber que siempre quiso a mis amigos, por el sólo hecho de ser mis amigos. Me alegro de que la conozcas, es una persona extraordinaria a la que le debo mucho.
Más abrazos.

Isabel Mercadé dijo...

Roberto, ¡bienvenido!
Magia y furia, es cierto, y la búsqueda implacable de la palabra precisa.
Besos.
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Tú nunca molestas, Alejandro. Sí, ya había hablado con la encantadora Alicia y sabía quien era, ¿qué creías?... (no lo ves, pero aquí hay una gran sonrisa).
Ahora mismo me voy a escuchar la otra versión de la historia.
Abrazos y abrazos.

Clarice Baricco dijo...

Oh Mishima. Duele. Provoca. Llega.
Me lo presentaron en mi adolescencia y me impactó.
El fragmento que compartes fue como una lanza a mi pecho. Y tu música también.

Abrazos agradecidos.

Isabel Mercadé dijo...

Querida Graciela,
Siempre encantada de compartir contigo, y tus latines, y tus manos.
Un beso.

Anónimo dijo...

Hola, Bel. Me encanta la música que tienes aquí puesta, así como el texto de Mishima, que ya había leído en tu página de militeraturas. Estoy encantado de reencontrarme contigo.
Fran.

Isabel Mercadé dijo...

¡Qué alegría, Fran!¡Cuánto tiempo!
Ahora estoy metida en un trabajo que no me da respiro, pero en cuanto lo tenga iré a visitarte a Milit.
Un abrazo grande.