Estos últimos días, debido a imperativos familiares que no vienen ahora al caso (o tal vez sí, pero lo contaré en otro momento) me he desplazado con frecuencia a un lugar cercano a las calles donde crecí. Lo he hecho normalmente con prisas, impelida por tareas concretas, y con eficacia. Pero hoy me sobraba tiempo. A veces es maravilloso que sobre tiempo, otras es una condena. Hoy tal vez ha sido ambas cosas. Me sobraba tiempo. Eran las dos de la tarde y el barrio entero, que conserva todavía características de la Barcelona pre-olímpica, parecía sestear. El silencio, roto apenas por algunos pasos lejanos o el tintineo de cocinas desde ventanas abiertas, descendía con el aire, suave y transparente. Incluso el bar de siempre, el que hace esquina, estaba cerrado. En esa calle, en pendiente y asfaltada con enormes losas, nos lanzábamos con patines de cuatro ruedas, en un feliz vértigo que nuestras rodillas, llenas de costras y moretones, frenaban risueñas. Todavía tengo una cicatriz. Pero no recuerdo el dolor, el de las rodillas quiero decir, sólo las risas y la audacia de intentarlo de nuevo. En unas calles más allá había unos jardines. Solían estar descuidados, llenos de hierbas y senderos, e incluso había una charca en la que a veces aparecían renacuajos. Hoy, aunque podía notarse el débil intento de urbanismo, con palmeras podadas y parcelas de césped recortado, seguía casi tan a su aire como antes. Y entonces, de pronto, un intenso olor a jazmín me ha golpeado. Con tanta violencia como el recuerdo, o, más que el recuerdo, he revivido durante unos segundos la sensación precisa, exacta —hacía tiempo olvidada— del deseo, la certeza del deseo tal como era en aquellos días: un deseo rotundo, intenso, inequívoco y confiado de ser feliz. Entonces no sabía, como lo sé ahora, como lo he visto hoy, con claridad que hiere, que eso era la felicidad, eso precisamente, aquel deseo sin fisuras, irremisiblemente ido.
Jazmín
Estos últimos días, debido a imperativos familiares que no vienen ahora al caso (o tal vez sí, pero lo contaré en otro momento) me he desplazado con frecuencia a un lugar cercano a las calles donde crecí. Lo he hecho normalmente con prisas, impelida por tareas concretas, y con eficacia. Pero hoy me sobraba tiempo. A veces es maravilloso que sobre tiempo, otras es una condena. Hoy tal vez ha sido ambas cosas. Me sobraba tiempo. Eran las dos de la tarde y el barrio entero, que conserva todavía características de la Barcelona pre-olímpica, parecía sestear. El silencio, roto apenas por algunos pasos lejanos o el tintineo de cocinas desde ventanas abiertas, descendía con el aire, suave y transparente. Incluso el bar de siempre, el que hace esquina, estaba cerrado. En esa calle, en pendiente y asfaltada con enormes losas, nos lanzábamos con patines de cuatro ruedas, en un feliz vértigo que nuestras rodillas, llenas de costras y moretones, frenaban risueñas. Todavía tengo una cicatriz. Pero no recuerdo el dolor, el de las rodillas quiero decir, sólo las risas y la audacia de intentarlo de nuevo. En unas calles más allá había unos jardines. Solían estar descuidados, llenos de hierbas y senderos, e incluso había una charca en la que a veces aparecían renacuajos. Hoy, aunque podía notarse el débil intento de urbanismo, con palmeras podadas y parcelas de césped recortado, seguía casi tan a su aire como antes. Y entonces, de pronto, un intenso olor a jazmín me ha golpeado. Con tanta violencia como el recuerdo, o, más que el recuerdo, he revivido durante unos segundos la sensación precisa, exacta —hacía tiempo olvidada— del deseo, la certeza del deseo tal como era en aquellos días: un deseo rotundo, intenso, inequívoco y confiado de ser feliz. Entonces no sabía, como lo sé ahora, como lo he visto hoy, con claridad que hiere, que eso era la felicidad, eso precisamente, aquel deseo sin fisuras, irremisiblemente ido.
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18 comentarios:
En una primera lectura veo y siento todo eso tan directo como si fuera presente en aquel entonces y ahora. Lindo, lindo.
Sabemos que el olor es uno de los trasmisores (?) más inmediatos de recuerdos.
En la foto tienes cinco años?
Con tu relato me ha parecido estar recorriendo esas calles a tu lado. Realmente son tan pocas las veces en las que me sobran unos minutos que siempre recibo como una bendición el regalo de poder detenerme a escuchar todo ese concierto de sonidos y silencios cotidianos que describes. Además, por supuesto, de disfrutar de mi aroma favorito. El jazmin llena los rincones de mi casa siempre.
Giovanni,
Muchas gracias por acompañarme en esos recuerdos y por tu piropo. Transmisores es la palabra y sí, es verdad.
Eso es un secreto, pero tienes buen ojo. Casi lo acertaste.
Domadora,
Gracias mil a ti también por tu compañía y más aún siendo, como dices, tan escaso el tiempo. ¡Qué maravilla, la casa llena del aroma del jazmín!
enhorabuena por la entrada, el final es redondo...perfecto, sin fisuras.
y qué suerte conservar casi intacto el paisaje de la infancia.
Un abrazo
Yo descubrí en Valencia el amor que hoy le tengo al azahar, un olor nuevo entre naranjos. Allí no imaginas con cuánta intensidad el olor a azahar se esconde bajo las axilas de las hojas de aquellos árboles impregnándolo todo... nunca antes me había percatado de lo bonita que es la flor del naranjo. Recuerdo que una tarde nos acercamos a un camino extremadamente estrecho y en cuyas orillas emergían esos bajos árboles inundando con sus pobladas copas el viejo pero oloroso camino. Mientras yo me embriagaba de esos olores, me explicaban de dónde provenían. Me decían que el nombre llegaba del árabe y que significaba flor blanca. Me dijeron también que las flores emergían entre marzo y abril. Que para recolectar el azahar es necesario haber colocado muchos sacos bajo los asombrados naranjos precisamente en mayo y esperar... esperar a que sus pétalos vayan cayendo lentamente, como rendidos, llenándolo todo de aquel fiel aroma que ahora tan bien reconozco y me transporta. Decían que se secaban a la sombra como las pieles de todos nosotros y que sus hojas eran ovaladas y terminadas en punta... que su tronco era cilíndrico y derecho.. Recuerdo ahora aquella tarde y con ello veo aquellos frutos, eran tan decorativos... aquella tarde yo vi desde el coche cómo las flores permanecían en el árbol a pesar del tiempo, invencibles..
Alfaro,
Gracias por tu visita a las dos entradas y por tus palabras. Sí, ha sido un milagro, porque las calles de las que hablo son casi las únicas que no han cambiado drásticamente, tanto en la urbanización como en el ambiente.
Otro abrazo.
Nuria,
Me gusta mucho lo que me cuentas y cómo lo cuentas. Yo tuve esa impresión la primera vez que fui a Sevilla. Me has hecho recordarla también. Y, es verdad, el aroma del azahar y del jazmín se parecen mucho.
(precisamente vengo del rascacielos)
Mi querida Bel, una delicia este texto tuyo. Con mucho acierto nos has transportado a tus días, la risa, la inocencia, los juegos, la calle...
Y si, existe una memoria neurofisiólógica de los olores, de los verdaderos aromas que nos han quedado bien grabados.
Un placer disfrutar con estas amapolas.
Una abraçada,
Montse.
Qué maravilla! Me has trasladado a mi también a mi infancia. A mis senderos de dicha, de risa sin jactancia sin el morboso eufemismo de la vida.
Lo has hecho para mi? Sí... para mi universo particular. Gracias.
Y veo que para el universo de quien te lee que, alguna vez, olió a jazmín. Tu Jazmín.
Un abrazo
Chuff!!
Acudir con más frecuencia, de puntillas, a los lugares donde ‘crecimos’ para, saber así, que nos quedan entre las manos brillos dormidos que despertar. Posibilidades de océanos templados donde buscar.
Muy bonito instante de felicidad bel.
Buen día
Benvolguda Montse:
Gracias por acompañarme. Faltaría la mención de faldas plisadas en el armario que un día revolotearon, pero ya están tus textos que tan bien las evocan.
Una forta abraçada.
Zenyzero,
¡Por supuesto que es para ti!
Has definido con toda precisión lo contrario de ese instante: "el morboso eufemismo de la vida" ¡Ay, Dios! Palabras como estiletes.
Un abracísimo.
Olvido,
Encantada con tu visita y tus buenos deseos. A veces las manos parecen tan secas y los océanos tan vacíos...
Un afectuoso saludo.
Me encanta como y lo que escribes, Bel. Me tienes encantada. Como veo que publicas de tant en tant, tiraré hacia atrás.
Fusa,
Casi me pasa desapercibido este comentario. Tendré que retroceder yo también. Gràcies. Petons.
Me es fácil reconocer ese sentimiento, el paseo inadvertido o vagamente nostálgico contemplando la belleza, y de pronto, a través de un olor, la irrupción poderosa del núcleo vital del recuerdo, el que duele, aquel deseo, lo que yo llamo sueños intensos de la adolescencia
El cuerpo recuerda, Belnu. Me hace ilusión encontrarte aquí, como si gracias a los blogs el tiempo pudiera retroceder.
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